miércoles, 12 de septiembre de 2007

Movimientos espirituales actuales y el ateísmo

El paso que da B. Lonergan, con el reconocimiento de nuestros propios límites, abre la posibilidad a preguntarnos como es nuestra concepción de Dios y como es la relación entre la razón y el misterio, cuando se quiere definir la Divinidad.

Para este ejercicio nos es muy útil la filosofía, la cual plantea nuevas perspectivas para considerar la existencia de Dios, toma elementos de la ilustración, el racionalismo, el materialismo dialéctico y el marxismo, desde allí se da el primer paso para definir a Dios desde conceptos teóricos y abstractos, pero es una definición incompleta por que deja de lado el Misterio del amor de Dios, un amor que no todas las veces se expresa desde la razón y más bien siempre se experimenta.

Pensar la idea de Dios desde la perspectiva filosófica obliga llegar a respuestas que no se pueden debatir, en otras palabras, que su argumentación sea tan sólida que no se pueda contradecir. Pero no es así, pues la necesidad filosófica de la verdad formulada desde sus principios, en el caso de la idea de Dios, en lugar de aclararla la limita, perdería su universalidad, creando así espacios para otras deidades y lo que es peor perdería su influjo en la humanidad y punto de referencia al cual el ser humano se remite. En otras palabras extinguir a Dios, significará extinguir al final de cuentas la esperanza, aquello que nos mueve a luchar y en últimas perdemos lo que nos confirma como personas, el sentir con el otro[1].

Situación a la que la filosofía no nos quiere llevar, pues ella también perdería así su lugar en el pensamiento humano. La filosofía más bien aporta al misterio de Dios elementos que le ayudan a esclarecer en sus procesos teológicos. Así como el hombre no puede aislar cuerpo y alma, la filosofía y la teología constituyen un equipo interlocutor entre la divinidad y el hombre, es decir, no podemos considerar a un hombre dividido entre ser pensante y ser creyente, como ya opinábamos en nuestra introducción: “con la filosofía a lo único que llegamos con certeza es a su limitación en lo humano”. Un límite que no significa camino equivocado, más bien nos cuestiona sobre la realidad que manejamos de Dios.

Para profundizar un poco en esta pregunta sobre la realidad de Dios es importante considerar que no existen posturas buenas o malas, así como afirmaba Hans Küng, durante su presentación en Colombia, estamos llamados a romper los paradigmas de la desigualdad y mas bien a ser concientes de que lo único que nos queda es la confianza en la existencia de Dios y que ésta debe partir de la confianza por la realidad misma en la que vivimos.

Es por la racionalidad interna que experimentamos, por hechos concretos de esa experiencia amorosa de Dios, que podemos confiar, y es por la esperanza de volver a tener esta experiencia que enfrentamos las inseguridades y creemos con certeza que Dios se revela en nuestra historia y en nuestro tiempo.

Es una opción, debida a una confianza radical, en un Ser que no es un objeto directo de experiencia y que puede generar espacio a la duda y al llamado ateísmo, pero ¿Qué nos garantiza que la negación de Dios sea el argumento demostrable? Quien niega a Dios no sabe en definitiva por qué confía en la realidad. [2]

Desde esa perspectiva solo nos queda la confianza basada en la realidad misma. Mi confianza en Dios, en cuanto confianza fundamental, cualificada y radical, es capaz de precisar la condición de posibilidad de la problemática realidad. En este sentido, y a diferencia del ateísmo, muestra una racionalidad radical, que no puede confundirse con el simple racionalismo.[3] Es decir la experiencia mediada por una autoapropiación del hombre que lo obliga a reconocer sus límites y que le lleva a ver, sentir y comprender el misterio amoroso de Dios, con los otros y por los otros. Algo que la razón no entiende.

Llegar a esta confianza es un don que supera la vía racional y que nos abre el espacio a arriesgarnos, a anticiparnos y a cerrar los ojos para lanzarnos a lo que la experiencia nunca explicará, pero que muy seguramente la realidad revelará. Eso me hace recordar la historia que el profesor en clase nos explicaba, del pez que buscaba el Océano, y por más que se preguntaba no veía más que agua. Hasta no tener el don, para el pez, el agua nunca será Océano, así muera dentro de él.

Pero Dios no sólo se queda en la confianza fundamental. “Dios por definición no es algo finito y condicionado, sino el infinito, el incondicionado, el absoluto, que es capaz de fundamentar una exigencia absoluta e incondicionada”[4] Eso quiere decir que si no hay un absoluto que le de sentido trascendente a las cosas y al mismo tiempo mantenga su distancia al identificarse con el hombre, no podríamos hablar de Dios.

“lo único incondicionado en todo lo condicionado es ese fundamento, soporte y fin primordial de la realidad, que llamamos Dios”[5] concepto que nos abre paso a la posibilidad de una autonomía moral donde la condición de posibilidad es la realidad de Dios que nos enseña dentro de la realidad misma.

Es en la realidad misma donde hay autonomía, donde nos preguntaremos primero sobre la existencia de Dios. Por ello es importante una comprensión de la realidad en la que se elabora la pregunta, la cual queramos o no esta mediada por las distintas imágenes que se elaboran de Dios.

Ahora nos moveremos en este campo de acción marcado por la experiencia, experiencia que le da un nuevo sentido al misterio de Dios.

[1] KUTSCHKI Norbert. DIOS HOY, ¿Problema o misterio? Ed, Sígueme, Salamanca, 1967 Pág. 19
[2] KÜNG Hans ¿EXISTE DIOS? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo Ed. Cristiandad Madrid. Pág. 777
[3] Ibid. Pág. 775
[4] Ibid. Pág. 787
[5] Ibid. Pág. 791

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