miércoles, 31 de octubre de 2007

Del Progreso Moderno al Progreso Eclesial Trinitario

Resumen: La idea de progreso, fomentada en la modernidad, ha obstaculizado la constitución de comunidades cristianas realmente trinitarias. La crítica, realizada en ámbitos académicos, a las ideologías progresistas modernas no ha repercutido aún en las comunidades y, mucho menos, en la sociedad latinoamericana, donde la discriminación económico-política es generalizada y la comunión cristiana, como imagen del misterio trinitario, continúa siendo una utopía.

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La modernidad puede entenderse como una celebración del progreso en el sentido más amplio de la palabra, pero también como la crónica de un fracaso espiritual y, por tanto, cultural y político. Durante el siglo XIX y principios del XX, Occidente se había sentido arropado en la superioridad, la seguridad y una fe ciega en el progreso, pero poco a poco vio cómo la certidumbre se convertía en caos; la seguridad en guerras atroces y el progreso en máquinas capaces de eliminar al fenómeno humano de la faz del planeta.

En el siglo XIX el racionalismo predominaba en Europa. La revolución industrial europea inyectaba en el espíritu humano una confianza desmesurada en sí mismo. Descubrimientos y desarrollos científicos tales como la electricidad, le permitieron al hombre sentirse en la cima del mundo. Las sociedades colonialistas, como la Inglaterra victoriana, imponían sus culturas a los pueblos que ellas dominaban con la justificación de ayudarlos a progresar.

La idea de progreso invadió todos los ámbitos de la vida hasta convertirse en una teoría de la historia (Hegel) y en una filosofía de la vida. El mito ilustrado del progreso se vio respaldado también por una ingenua e inconveniente interpretación de la teoría evolutiva expuesta por Charles Darwin en su libro “El origen de las especies” publicado en 1859, pues si el mono había evolucionado, había progresado, hasta llegar a ser hombre, de la misma forma la meta de toda cultura debía ser progresar hasta llegar a ser como la de la cristiandad europea. Una sociedad, de paso sea dicho, que tampoco transparentaba los valores trinitarios de igualdad y justicia, en sus propias comunidades.

Sin embargo, durante la primera mitad del siglo XX y debido principalmente a los cuestionamientos vitales, existenciales, que surgieron a raíz de los dos conflictos bélicos mundiales, una sociedad ya encaminada por un progreso histórico instrumentalista-científico puso en crisis su idea de cultura y, por ende, la idea motor de dicha cultura. La idea de progreso. Ya los maestros de la sospecha (Freud, Marx y Nietzsche) habían manifestado cómo la idea de progreso era la decadencia de Europa, pero fue hasta que se manifestó cierta sensación de malestar ocasionada por un desarrollo científico irresponsable y, por lo tanto, con funestas implicaciones, como las tuvieron las dos bombas atómicas y el exterminio judío en manos de los Nazis; cuando la confianza tan sólida en la mentalidad progresista de Occidente comenzó a debilitarse.

“No todo lo que puede hacerse hay que hacerlo. No todo paso material hacia delante constituye un progreso real en la verdadera dirección humana”1. Con estas palabras de Gonzáles Faus se manifiesta el enfoque crítico con que muchos autores reevalúan el concepto de progreso difundido por la modernidad y que actualmente se encuentra tan arraigado en la mentalidad latinoamericana.

Lamentablemente parece como si dicha crítica y desconfianza, hacia la noción de progreso, no hubiera incidido en la vida de los latinoamericanos pues no hay duda de que en nuestros países aún existe una tendencia mayoritaria a identificar progreso con bienestar, con civilización y con cultura. La dorada línea media oriental, la mediocritas, la posibilidad de realización personal y comunitaria sin un consumismo rapaz; no es una alternativa dentro de una cultura en la cual el “progreso” es la máxima, y la meta: asemejarse a los países del primer mundo.

La concepción “progreso” implica que el valor original o fundamental, la ousía es menospreciada. Éste será siempre poco e incluso nulo y sólo en la medida en que ese “algo”, esa “cosa” vaya progresando, su valor incrementará. Las “cosas”, las personas no valen por lo que son, por su naturaleza en sí, sino por lo que han progresado, por los títulos o el dinero que poseen. Así, arbitrariamente, se establecen jerarquías valorativas que no fomentan la comunión (perijóresis), sino todo lo contrario.

Latinoamérica es estadísticamente en su mayoría católica. Por ello, no deja de ser contradictorio que ahí donde deberían predominar los valores comunitarios trinitarios lo que observamos son estructuras y mentalidades fuente de injusticia y de discriminación.

Como el misterio siempre inaccesible de Dios se convierte, sin dejar de ser Misterio Absoluto, en el norte de la comprensión cristiana del hombre (esto enmarcado dentro de la teología antropológica), es conveniente que tengamos una aproximación al Misterio Trinitario de la divinidad para comparar su naturaleza igualitaria con la discriminación que la mentalidad del “progreso” trae a nuestras sociedades latinoamericanas.

La Trinidad es Dios y Dios es comunidad. La idea de “tres personas” existiendo en comunión eterna, perijóresis o interpenetrándose armónicamente, cuando simultáneamente conservan sus propias particularidades; corresponde, para los cristianos, un modelo comunitario con implicaciones sociales considerables. Así la relación trinitaria se constituye en modelo para la conformación de comunidades cristianas, para la conformación de Iglesia.

Deteniéndonos un poco en estas imágenes de la Trinidad podemos decir que el padre tiene un rostro que es Cristo. Sin embargo, el Padre es también el Dios que nadie ha visto, el que está detrás de la misión del Hijo y del Espíritu. Es la fuente sin fuente. Por ello, lo podemos experimentar mejor como el portador del atributo de la trascendencia.

Además Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el mediador cercano, es el hombre pleno. A él seguimos y con él nos configuramos. Y el Espíritu de Dios que habita en nosotros como fuerza transformadora de Dios, también nos expresa la enorme cercanía de Dios. En este sentido, el Padre, que los envía (misiones), puede expresar mejor la trascendencia de Dios. Esto no niega la cercanía del padre y su presencia en nosotros (Jn 14, 23). El Padre es visto como el Creador providente.

Las imágenes o símbolos que podamos formarnos de la Trinidad han repercutido validando, convenientemente o no, modelos comunitarios.

Históricamente se ha incurrido en algunos errores con respecto a la formulación de la doctrina trinitaria. Al hacer mayor énfasis en la unidad de Dios, se ha incurrido en el subordinacionismo y en el modalismo, los cuales, o bien han puesto al Padre por encima de las otras dos personas, o han considerado que las diferentes personas son sólo diferentes maneras de ser de Dios. El hacer demasiado énfasis en la diversidad de personas como entidades independientes, desvirtúa la realidad de la comunión implícita en el ser de Dios. Así, se ha incurrido en el error de triteísmo que fortalece la división y el individualismo en lugar de la unión.

Es importante recordar que aunque el Padre, el Hijo y el Espíritu son distintos como relaciones opuestas y por ello no son “el mismo”, sí son “lo mismo"2. Es sólo en aquello que todos compartimos, no en aquello que nos divide (diábolos), dónde podremos hallar verdadera perijóresis entre diversidad de carismas (Haire), una diversidad sólo de funciones pero no de dignidades personales.

La Iglesia es una realidad compleja. La constitución de un pueblo que ha sido llamado por Dios no es tan sólo un privilegio sino una gran responsabilidad debido a que la economía de salvación no prescinde de la condición humana para su misma salvación. Una Iglesia, como pueblo de Dios, debe ser necesariamente igualitaria, ya que este carácter, comunitario y fraterno, propio de la Trinidad, es el que lleva a los cristianos a asumir también dicho título en continuidad con la asamblea del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento. Una Iglesia tal parece lejana a nuestra realidad latinoamericana pero es una utopía necesaria y una escatología anhelada. No podemos olvidar que la Iglesia esta referida siempre al Reino de Dios y este siempre sobrepasará su realidad. La Iglesia es en primer término sacramento del Reino.

Pero la Iglesia está conformada por personas y el pecado es una realidad misteriosa con repercusiones eclesiales. Así cómo las personas necesitan asumir seriamente un proceso de conversión (metanoia), también la Iglesia necesita confrontarse continuamente para reformar todo aquello que dificulta generar comunión y todo aquello que no sirve para remitirnos al misterio trinitario. “Ecclesia semper reformanda 3. Es conveniente recordar que la comunidad es la Iglesia, y esta debe tener la libertad de reformar la institución pero también la comunidad es fruto de los procesos de conversión de la Iglesia. Esta no debe fomentar modelos decadentes, muchas veces fundamentados en imágenes trinitarias heréticas y que han sido motivo de división entre sus miembros.

Debemos preguntarnos entonces, ¿si una Iglesia clericalizada, como es la latinoamericana, donde la idea de progreso ha determinado una jerarquía entre los “grados de santidad” para el pueblo de Dios y en la cual los laicos han perdido protagonismo, es un modelo conveniente como sacramento del Reino?

La Iglesia debe ser un pueblo nuevo, que no se identifica con ninguna nación, sin opresión ni dependencias; una familia de Dios en la que no haya padres, ni maestros, ni ricos, ni pobres. Un pueblo de iguales, en el que la autoridad es un servicio"4. Diríamos nosotros que se necesita una Iglesia realmente trinitaria.

La Iglesia entonces debe promover modelos trinitarios que generen fraternidad y enfaticen aquello que todos compartimos o en lo que somos consubstanciales. Todos compartimos el Ser, la existencia, pero dentro de una mentalidad progresista este valor original es menospreciado. La existencia pasa a ser únicamente una condición de posibilidad para el progreso, que se convierte así, en lo realmente importante. Si no valoramos nuestra misteriosa estructura existencial, es decir, el Espíritu que nos constituye, difícilmente podremos ver al otro como hermano.

Por otra parte, no podemos negar la tensión existente entre individuo y comunidad. Entre el amor a sí mismo y el amor al prójimo. Mientras la teología europea ha tomado como punto de partida al individuo; la teología en Latinoamérica, particularmente la teología conocida como teología de la liberación, parte de las comunidades creyentes. Recordemos que la Trinidad, como modelo eclesiológico, trasciende la contradicción lógica individuo-comunidad en una comunión espiritual cimentada en el amor.

La Iglesia latinoamericana ha intentado ser sacramento de unidad entre lo individual y lo comunitario; pero esta tarea, como ya se ha mencionado, se ha visto obstaculizada por la idea de progreso tan diseminada en medio de nuestra cultura. El problema es más grave aún si consideramos que dicho progreso no es en realidad nuestro, sino en gran parte impuesto desde fuera. Debido al irreversible proceso de globalización que experimentamos junto a los demás países del mundo, es muy difícil que esto no ocurra.

Hasta aquí se ha hecho referencia a la palabra progreso según la acepción de progreso moderno. Sin pretender entrar en detalles, es lamentable reconocer cómo los índices de desarrollo humano se han identificado con los índices de desarrollo económicos. Ésta relación es ilusoria y más aún si se tiene en cuenta que casi siempre el incremento económico de un país no refleja cómo el dinero sigue quedando en unas pocas manos mientras los pobres se empobrecen cada día más.

Por otra parte, también podríamos considerar un progreso de carácter espiritual-trinitario. El progreso eclesial trinitario, sería “la apertura de la persona a la comunión y a la trascendencia" 5. Cristo es entonces modelo de progreso espiritual. Un progreso de la conciencia de nuestra propia divinidad y simultáneamente de la de nuestros hermanos. Un progreso espiritual, una metanoía personal con repercusiones comunitarias que es testimonio de la resurrección de Jesucristo y al mismo tiempo transforma la vida de la Iglesia.

Jesús vino a realizar lo que sólo era promesa de futuro para el pueblo de Israel, la fraternidad soñada 6. La misión trinitaria de Jesús hace partícipe a la creación de la Trinidad inmanente (la Trinidad en sí misma) por el misterio de la Encarnación. Al mismo tiempo, el Jesús histórico, al ser plena transparencia de Dios actuando en el mundo, es Trinidad económica que se nos revela como historia de salvación, de la cual la esperanza cristiana nos muestra el camino que hemos de recorrer a semejanza de una kénosis, que es comunicación activa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

En contraposición, la interpretación capitalista de progreso en términos netamente económicos, genera una serie de actitudes competitivas que no hacen sino deteriorar el carácter relacional y, por lo tanto, trinitario de las comunidades alimentando el ansía de dinero y con ello nuestro egoísmo, raíz del pecado. Así no será posible constituir pequeñas comunidades de base o una gran comunidad global, una Iglesia, en la cual el progreso sea realmente trinitario, es decir, universal, solidario y atento a las víctimas del planeta porque la injusticia, la opresión y la explotación son incompatibles con una sociedad alternativa deseada y denominada por Dios como su pueblo, pueblo de Dios.

Debemos también considerar que una comunidad trinitaria debe ser siempre universal y con ello no se hace referencia solamente a la humanidad sino a toda la realidad. Al Cosmos en su conjunto, a la Creación 7.

El sentido último de todo lo creado es permitir la auto-comunicacion de las divinas personas. Así el Universo en la plenitud escatológica, quedará inserto según el modo propio de cada criatura, culminando en el varón y la mujer a semejanza de Jesús de Nazareth, en la propia comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Entonces la Trinidad será todo en todas las cosas 8.

La errónea e inconveniente interpretación de que estamos al tope de la escala evolutiva. De que somos quienes más hemos “progresado”, ha llenado al hombre de soberbia y ha dificultado mucho la posibilidad de englobar a otros seres dentro de nuestra convivencia comunitaria trinitatia.

Una verdadera perijóresis cósmica implicaría una vivencia mística de nuestras relaciones. Y en ellas si pudiéramos hablar de algún progreso, este no sería más que la paradójica percepción de la unidad fundamental, la consubtancialidad que clarifica, al mismo tiempo, cualquier jerarquía funcional. Un pueblo de Dios donde cada persona, cada ser es respetado como un templo vivo del Espíritu Santo, no debe ser considerada una utopía irrealizable sino una escatología irrenunciable.

Como conclusión, las críticas a la mentalidad progresista que ha sido realizada, con frecuencia, en círculos intelectuales desde hace algunos años en el “primer mundo” y también en el contexto latinoamericano, no han tenido una repercusión significativa en la existencia cotidiana de la gran mayoría de personas que siguen valorando sus vidas según criterios predominantemente económicos y no muy trinitarios, sin ser conscientes de que ello sólo degenera las relaciones comunitarias dentro de las cuales podría alcanzarse la realización plena que tanto buscan, tanto comunitaria como personalmente.

Los efectos de la mentalidad progresista, tecnológica y cientificista, difundida según modelos foráneos de carácter imperialista, han influenciado fuertemente la vida latinoamericana y esto ha dificultado que la Iglesia llegue a ser claramente sacramento del Reino de Dios.

Para finalizar, es fundamental, tanto en Latinoamérica como en el mundo, revitalizar modelos eclesiales y sacramentales trinitarios que resalten la igualdad y por ende la fraternidad entre los cristianos. Es necesario promover una conciencia adulta en los fieles, la teología del laicado, y dejar de lado las actitudes paternalistas con las cuales muchos pastores siguen amansando a sus “pequeños” con la mentalidad de que tal vez ellos no “han progresado” aún lo suficiente como para llegar a constituirse en un verdadero pueblo de Dios.

Bibliografía:


  • BOFF, Leonardo. La Trinidad, la Sociedad y la Liberación. 2da Ed. Madrid: Ediciones Paulinas, 1987.
  • CHARDIN Pierre Teilhard, “El medio divino. Ensayo de vida interior”, 2da Ed. Madrid : Taurus, 1962.
  • CODINA Víctor. “Sacramentos”, en Mysterium Liberationis, T II, 267-294.
  • ESTRADA Juan Antonio. “Pueblo de Dios”, en Mysterium Liberationis, T II, 175-188.
  • GONZALES FAUS José Ignacio. “Antropología. Persona y Comunidad”, en Mysterium Liberationis, T II, 49 – 78.
  • RAHNER K. “Trinidad” y “Trinidad, Teología de la Trinidad”, en Sacramentum Mundi, T VI, 731- 759.
  • RAHNER K. “Reflexiones fundamentales sobre el carácter eclesial del cristianismo” y “Método indirecto de legitimación de la iglesia católica como iglesia de Cristo”, en Curso fundamental sobre la fe, 397-427.


1 G. FAUS, José Ignacio. Antropología. Persona y Comunidad. En: Mysterium Liberationis. Pg. 72

2 RAHNER, Op. p. 746

3 ESTRADA, Juan Antonio. Pueblo de Dios. En: Mysterium Liberationis. p. 180

4 ESTRADA, Op. p. 177

5 G. FAUS, José Ignacio. Antropología. Persona y Comunidad. En: Mysterium Liberationis. p. 77

6 ESTRADA, Op. p 177.

7 Rom 8, 19 -22.

8 BOFF, Leonardo. La Trinidad, la Sociedad y la Liberación. 2da Ed. Madrid: Ediciones Paulinas, 1987. p 287.

1 comentario:

Fredy Correa dijo...

Hola, comparto con ustedes la clase de misterio de Dios.

En el texto, el término "progreso" muestra no sólo significaciones diversas, sino contrarias. Al inicio del texto este término se cargó de gran negatividad y disfuncionalidad. Cuando "progreso" se relaciona con algo deseable y bueno en la vida comunitaria, ¿cómo cargarlo de positividad con la misma fuerza con que se cargó de negatividad?